LA HUELLA DE LA CORRUPCIÓN EN ESPAÑA
Los españoles desconfían de las instituciones. Pero ¿es España un país corrupto?
Poco antes de que el alcalde fuera detenido, me metieron en un despacho
y me pusieron delante un informe. Era el mismo que yo había redactado, pero sin
los párrafos en los que desaprobaba expresamente la operación urbanística. El
alcalde les daba las órdenes por teléfono: ‘Que no se levante hasta que haya
firmado’. Ante mi negativa, el secretario del Ayuntamiento me agarró de la
muñeca, me colocó el bolígrafo en la mano y trató de obligarme a firmar.
Todo el mundo callaba”. Lo cuenta Maite Carol, 42 años, economista y
entonces interventora municipal en Santa Coloma de Gramenet. Los guardias
civiles que tenían pinchados los teléfonos del alcalde registraron este airado
comentario: “No ha firmado, la puta esa ha salido llorando, hay que echarla”.
Es lo que hizo el alcalde.
El caso Pretoria, destapado hace seis años, es una muestra reveladora
de corrupción multipartidista, un ejemplo de cómo la codicia reúne, incluso, a
políticos de ideologías contrapuestas en el saqueo de las arcas públicas. En
los fraudes urbanísticos del área metropolitana de Barcelona se dieron cita los
prohombres de Convergència: Lluís Prenafeta y Macià Alavedra, figuras clave en
los Gobiernos de Pujol; el diputado autonómico socialista Luis Andrés García,
Luigi, y dirigentes menos notorios del PP. Según la Fiscalía, “formaban un
entramado dirigido a manipular las adjudicaciones públicas de varias
operaciones urbanísticas” a cambio de “cuantiosas comisiones que ocultaban a
través de sociedades interpuestas”.
La investigación puso también de relieve que en los ámbitos
empresariales inmobiliarios estaba asumido que, para obtener la adjudicación de
proyectos en una serie de municipios, “había que contar con la autorización
mediata de Luis Andrés García”. Dice la Fiscalía que el diputado del PSC
mantenía una relación tan intensa y estrecha con su correligionario el alcalde
de Santa Coloma de Gramenet y vicepresidente de la Diputación de Barcelona,
Bartolomé Muñoz, que “de facto, era él quien dirigía y tomaba muchas de las
decisiones urbanísticas”, luego refrendadas por la alcaldía.
Los españoles son los europeos
que mayor corrupción perciben
La acusación juzga evidente que el alcalde de Santa Coloma cobró dos
millones de euros en comisiones por una operación que impidió a su municipio
ingresar 14 millones de euros. La pluralidad política de sus integrantes
permitía a la trama operar en Ayuntamientos de signo ideológico diferente. ¿Es
posible que las direcciones de los partidos ignoraran estos comportamientos
“asumidos” por el empresariado?
Este es el testimonio de Itziar González, arquitecta y urbanista que
ejerció de concejal independiente en el distrito barcelonés de Ciutat Vella
entre 2007 y 2010. “Detecté la existencia de una red de corrupción en los
servicios técnicos y jurídicos que actuaba en complicidad con agentes privados
del sector turístico. Recibí todo tipo de presiones. Me dejaban cartas con
amenazas de muerte en el buzón y una vez entraron en mi casa. Revolvieron todo
en busca de informes relacionados con mi trabajo, inspeccionaron mi ordenador y
se llevaron algún material. Pero, sobre todo, fue un aviso. Querían decirme que
si yo seguía obstaculizando su proyecto, ellos estaban dispuestos a ir más
lejos”. Algunas de estas experiencias denunciadas en el documental Corrupción,
el organismo nocivo, producido por Pandora Box TV, resultan extrapolables al
conjunto de España. Entre los ciudadanos más conscientes del fenómeno y entre
los profesionales que lo combaten ha ido ganando cuerpo la idea de que si el
problema no ha pasado a mayores y adoptado un cariz manifiestamente violento,
mafioso, en nuestro país es porque la Judicatura y los Cuerpos de Seguridad del
Estado se han mostrado altamente impermeables a la penetración de las tramas
corruptas.
Hay un millar largo de políticos con causas abiertas por corrupción
pese a que contamos con la asombrosa cifra de 17.621 cargos públicos aforados
que no pueden ser juzgados por los tribunales ordinarios y disponen de un
privilegiado blindaje que, a menudo, les libra de las pesquisas judiciales. De
los 2.173 casos que en abril de 2013 estaban clasificados como “complejos” por
el Consejo General del Poder Judicial, 1.661 están relacionados con casos de
corrupción o de delitos económicos. Los jueces no dan abasto. Llevan años
reclamando sin resultado más medios y refuerzos. “El último juzgado de la
Audiencia Nacional se creó hace 20 años. Tenemos 11 jueces por cada 100.000
habitantes cuando en la UE cuentan con 21. La falta de medios es deliberada”,
asegura un antiguo fiscal que abandonó su carrera, desalentado, por la
politización de las altas instancias judiciales. No es una opinión aislada,
como no lo es el temor a que la reducción a 18 meses del plazo de instrucción,
aprobada recientemente, acarree la impunidad de los delincuentes de cuello
blanco implicados en casos graves y complejos que, por lo general, requieren el
envío de comisiones rogatorias a otros países.
Los partidos han blindado a los
suyos frente a la justicia
El Eurobarómetro de 2013 mostró que los españoles son los europeos que
más corrupción perciben en su esfera política. El 84% de ellos cree que los
partidos son corruptos y el 72% dice lo mismo de sus políticos. Es un récord
que deja muy por detrás a Italia. Más aún: según la encuesta de Metroscopia de
enero de 2013, el 95% de los preguntados cree que el sistema favorece la
impunidad de los corruptos. En la España de nuestros días se cruzan apuestas
del tipo: “¿Pagará realmente la cúpula del PP por el caso Gürtel?”; “¿llegará a
ingresar la infanta en la cárcel?”. Por cambiantes que pueden llegar a ser los
juicios morales y los estados de opinión en estos asuntos altamente expuestos a
la efervescencia mediática, estamos ante un problema mayor que devora el
crédito de partidos e instituciones y ataca los cimientos mismos de la democracia.
Y es que, de un tiempo a esta parte, la mirada de la opinión pública busca y no
halla en el firmamento de las élites colectivas intachables, libres de toda
sospecha. No lo están los políticos profesionales, pero tampoco las
organizaciones empresariales, que tienen a parte de sus antiguos dirigentes
procesados, los altos directivos financieros, las organizaciones sindicales…
¿España es un país corrupto? El largo rosario de escándalos que como
minas de efecto retardado han ido estallando en los últimos años ha
desenterrado el viejo estigma del país condenado fatalmente a repetir sus
desvergüenzas y a renovar el género literario de la picaresca que inventó, con
propiedad, en su Siglo de Oro. Repasar esta faceta de la historia española es
un ejercicio tan desconcertante como equívoco en la medida en que puede
hacernos creer que nos contemplamos en el mismo espejo del pasado y que este es
un problema que forma parte del ADN nacional.
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