El "Plan Cóndor" de las dictaduras sudamericanas : Histórica condena
asoecuador.org
"Hay que aprender a resistir. Ni a irse ni a quedarse, a resistir, aunque es seguro que habrá más penas y olvido", dice Juan Gelman, parafraseando al tango, en su poema Mi Buenos Aires querido. El inolvidable poeta no consiguió resistir lo suficiente –murió en 2014– para estar en Buenos Aires este viernes mientras un juez dejaba caer con voz firme la condena de 25 años de prisión para Juan Cordero Piacentini, responsable del secuestro de su nuera y de su hijo Marcelo. Aquello ocurrió en 1976. Tenían 19 y 20 años.
Pero el sino de los Gelman había empezado antes, cuando el 28 de
noviembre de 1975, representantes de Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay y
Bolivia se sentaron a la mesa de la Primera Reunión de Inteligencia Nacional
para fundar el Plan Cóndor, una especie de Mercosur de la muerte, un acuerdo
internacional secreto para perseguir y eliminar a militantes políticos,
sociales, sindicales y estudiantiles. Más de 40 años después, la Justicia
argentina acaba de reconocer por primera vez la existencia de esta asociación
ilícita criminal y ha condenado, en un fallo histórico, a algunos de sus
miembros a entre 8 y 25 años de prisión.
"Es una sentencia que marca un hito, porque es la primera vez que
se juzga la estructura delictiva formada por los Estados para reprimir y
matar", explica Luz Palmás Zaldúa, abogada de una de las querellas.
El fallo ha llegado tarde, en cualquier caso, para que lo oyeran desde
el banquillo los máximos responsables del Plan Cóndor: el dictador chileno
Augusto Pinochet, el argentino Rafael Videla, el boliviano Hugo Banzer, el
paraguayo Alfredo Stroessner y el uruguayo Juan María Bordaberry. Todos ellos
están muertos. Solo uno de ellos fue condenado en vida, los demás jamás
tuvieron que responder por las atrocidades que cometieron.
Videla sí fue condenado por delitos de lesa humanidad, y pasó sus
últimos días en arresto domiciliario. La última vez que cruzó la puerta de
calle fue para declarar en este juicio, que ha necesitado 16 largos años para
llegar a una sentencia. El dictador reafirmó su responsabilidad en todo lo
ocurrido durante el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, que en
Argentina dejó decenas de miles de desaparecidos. Falleció tres días después.
Histórico juicio por el Plan
Cóndor culmina con 15 represores condenados
También llega tarde para algunos familiares de las 150 víctimas
incluidas en el juicio que, como Gelman, no pudieron ver cómo se hacía justicia
con el dolor y la desaparición de sus seres queridos.
Sí escucharon la sentencia el uruguayo Cordero Piacentini y los 17
acusados argentinos –la mayoría mandos militares de nivel alto y medio– entre los que estaba el último presidente de
la dictadura, Reynaldo Bignone, a quien le cayeron 25 años de prisión. En
total, 15 represores (dos fueron absueltos) han sido condenados "por el
delito asociación ilícita en el marco del denominado Plan Cóndor", además
de, en muchos casos, privación ilegítima de la libertad.
Los condenados oyeron la sentencia en una sala abarrotada, en la que
sobraban expectación y lágrimas contenidas, en la que algunas mujeres lucían
con orgullo en sus cabezas los pañuelos blancos que son a la vez memoria y
obstinación justiciera, en la que los colores de una bandera uruguaya
recordaban que la hermandad con Argentina no es solo la del horror que ha
quedado probado en el juicio. La mayoría de ellos lo hizo con el rostro
impávido, aún cuando el tribunal enumeraba con nombre y apellido a cada una de
sus víctimas, que en ciertos casos se contaban por decenas.
Argentina se convierte así en el único país que ha juzgado a los jefes
militares que, a través de esta asociación criminal, articularon un terrorismo
de Estado sin fronteras en el Cono Sur.
La 'Interpol' anticomunista
El plan llevaba años gestándose, pero el documento se rubricó –con el
conocimiento de Estados Unidos– en 1975. Todos los países firmantes estaban
gobernados por dictaduras o iban camino de estarlo, como Argentina. Aunque
ningún representante de Brasil refrendó ese documento inaugural, ha quedado
probada la cooperación de ese régimen en actividades represivas contra
opositores políticos de otros países.
Por ejemplo, en el caso de Norberto Habegger, que fue secuestrado en
Río de Janeiro posiblemente por agentes de la Policía Federal Argentina,
ayudados por las fuerzas armadas y de seguridad brasileñas. Su hijo Camilo ha
rodado un documental sobre su propia investigación sobre la muerte de su padre,
que se estrenará en unos meses.
Los países del Cóndor buscaban "compartir información sobre los
subversivos" y crear, de acuerdo con el acta fundacional, una suerte de
"Interpol" anticomunista. Esto lo sabemos porque Paraguay, por error
o por sensación de impunidad, registró con detalle su actividad criminal, y
guardó una copia del acuerdo que forma parte del llamado Archivo del Terror.
Gracias a esos documentos, a las investigaciones realizadas en varios países y
a los informes desclasificados por Estados Unidos a pedido de las Madres y las
Abuelas de Plaza de Mayo, además la organización pro derecho humanos CELS, se
conocen detalles del plan.
Por ejemplo, que se articuló en tres fases: la primera para identificar
a "los objetivos", la segunda para eliminarlos, y una tercera para
realizar este tipo de operativos y asesinatos en países que no formaban parte
del Cóndor. No fue hasta entonces que Estados Unidos mostró objeciones diplomáticas
al accionar de las dictaduras sudamericanas.
No en vano muchos de los militares de esta región habían recibido
formación sobre estrategias 'alternativas' para luchar contra el comunismo y el
marxismo en departamentos relacionados con la CIA. Los miembros de Cóndor
tenían además un sistema de comunicación encriptado, Condortel, cuyo centro
operativo estaba en una base norteamericana en el Canal de Panamá. Además, se
sabe que guardaban la información compartida entre los países en ordenadores,
una tecnología que estaba por entonces muy lejos de Sudamérica.
Sin escapatoria
El mismo año en que aquella reunión secreta se gestaba en Santiago de
Chile, María Emilia Islas y Jorge Zaffaroni dejaban Montevideo, donde la
dictadura de Bordaberry acechaba a los militantes de izquierdas, para intentar
ponerse a salvo en Buenos Aires. La nueva vida les duró poco. En 1976 ya había
un gobierno militar en Argentina y el Cóndor había sellado el destino de muchos
como ellos, los que habían escapado. Ya no había fronteras para la persecución.
No había donde esconderse.
El 27 de septiembre de 1976 un grupo de tareas uruguayo secuestró al
matrimonio y a su pequeña hija Mariana, de 18 meses. Los llevaron a uno de los
centros clandestinos de detención más importantes de Buenos Aires: Automotores
Orletti. Nunca más se supo de María Emilia ni de Jorge. En 1983 localizaron a
Mariana, que había vivido como hija del agente de Inteligencia Miguel Ángel
Furci, y de su esposa Adriana González.
Furci era el único civil imputado en la causa por la privación ilegal
de la libertad de 67 personas y los tormentos padecidos durante sus cautiverios
en Automotores Orletti, el ‘centro de operaciones internacional’ de la
represión argentina. El jurado lo ha condenado por esos delitos a 25 años de
prisión.
En total, se han juzgado los casos de 105 víctimas –45 uruguayos, 22
chilenos, 14 argentinos, 13 paraguayos y 11 bolivianos–, además de las 67
víctimas sin relación directa con el Plan Cóndor de Automotores Orletti.
Marcelo Gelman fue asesinado en 1976, poco después de ser detenido.
Trece años más tarde se hallaron sus huesos en una tumba sin nombre en un
cementerio bonaerense. Su esposa, María Claudia, sigue desaparecida. En 2000, a
fuerza de resistir, como mandaban sus versos, el poeta Juan Gelman se
reencontró con su nieta Macarena, que había sido robada tras nacer en
cautiverio. Ella, querellante en el juicio, esbozó una pequeña sonrisa al oír
la sentencia contra el verdugo de sus padres.
Si Gelman hubiera conseguido resistir lo suficiente como para
acompañarla, quizá hubiera derramado una lágrima por esa pena de cuatro
décadas. Pero seguramente lo habría hecho sabiendo también que los versos –ni
siquiera los suyos– no son infalibles, y que desde este día habrá, para el
mundo, un poco menos de olvido.
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